Había una vez un Rey que vivía en un reino muy próspero y que era muy amado por su pueblo. Pero el Rey no estaba tranquilo, pues intuía que los presentes años de buenas cosechas, de paz y de salud, darían tarde o temprano paso a desgracias y penurias.
Entonces llamó a los sabios del reino y les dijo: "quiero que busquen una respuesta a las tragedias de la vida. Necesito una herramienta de apoyo y sabiduría cuando todas las cosas anden mal".
Los sabios se retiraron a meditar en una alta torre, alejados de la vista de la plebe, y después de días de encierro y conciliábulo le trajeron la respuesta al rey.
"Su majestad, he aquí este anillo. Deseamos que lo use siempre y cuando algún día, quieran los dioses que nunca ocurra, se encuentre perdido y sin ninguna esperanza, acuérdese de mirar el reverso de este anillo. Posee el instrumento de sabiduría que nos pidió".
El Rey entonces se calzó el anillo y la vida continúo. Pasaron muchos años y el reino fue invadido por una feroz tribu del norte, nómades a caballo, que arrasaban con todas las ciudades que encontraban. Estaban a las murallas de la capital y la destrucción de ésta parecía inminente. Los hombres peleaban luego en las calles, en las casas, defendiendo su vida y el palacio real estaba siendo copado por los sanguinarios enemigos. El Rey ensangrentado y exhausto por las largas horas de lucha gritaba y alentaba a sus hombres sin cesar. Cuando ya toda la guardia real yacía muerta alrededor, un sirviente cogió un caballo y le dijo: "huya Majestad, huya, pues usted vivo es nuestra última esperanza".
El Rey tomó el caballo y galopó lejos, alejándose de la ciudad en llamas, pero pronto se percató que era seguido por miles de enemigos que deseaban su cabeza. Galopó sin cesar dos días y dos noches, hasta que por fin el caballo agotado reventó.
Nuestro Rey se hallaba entonces en el suelo, ensangrentado y profundamente herido, con toda su familia y amigos muertos, y delante de él una profunda quebrada le cortaba el camino. Miró hacia atrás y vio que los enemigos se acercaban y ya parecían festejar su muerte.
Fue solo entonces que recordó el anillo. Lentamente lo sacó de su dedo y leyó la inscripción que los sabios del reino habían escrito años atrás. Decía:
"Esto también va a pasar".
Cuando estamos bien sin problemas no pensamos en las tragedias que pudiesen venir, cuando el presentimiento cruza fugazmente nuestro pensamiento no atendemos a esa habla interna, cuando pasa un sabio al lado nuestro no atendemos y menos percibimos el mensaje.Lo mas trágico es que en el momento que se deben tomar las decisiones no se da el salto.Sera que la conducta anticipatoria es de algunos.......que pre-ver es de seres mas planificados o vivimos la realidad que fuimos educados para captar.
ResponderBorrar"esto tambien va a pasar" gracias¡¡ por el consejo, ve viene muy bien
ResponderBorrarMe acuerdo que contaste este cuento y falta la parte en que el rey estaba muy feliz y volvia a leer "esto también vá a pasar", a veces la pena es tan grande que hasta el cuerpo se equivoca y duele todo o cuando se ama y uno se desborda entera, es increíble como nos armamos y desamamos y todo parece tan definitivo, en fin, pasará
ResponderBorrara veces se hace tan eterno y uno se olvida en que en algun momento todo pasará
ResponderBorrarSimplemente adoro este relato...Es un mensaje tan lleno de sabiduría que me ayuda en momentos de aflicción y también de alegría.
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