Un buscador hizo un largo viaje para encontrarse con un famoso Maestro del cual habia escuchado sólo maravillas.
Después de duras semanas de viaje llegó al lejano monasterio en la cumbre de una montaña.
Golpeó la pesada puerta de madera, y un anciano de aspecto endeble y algo encorvado, con las manos manchadas de tierra por haber estado trabajando el jardín, le abrió.
-Vengo a ver al gran Maestro-le dijo el buscador.
Y en el momento que decía esa frase vió a través de la puerta entreabierta y en el centro de un magnífico patio rodeado de flores, a un hombre de larga cabellera y barba blanca, vestido con una hermosa tunica de lino bordada, que meditaba sentado en absoluto silencio y paz. Una luz parecía salir de su cuerpo.
-¿Ese es el Maestro?-preguntó fascinado el buscador.
-No-, le respondió el jardinero. -Ése es mi discípulo estrella.
Buscamos en lugares lejanos y cercanos gurúes, profetas, y guías. Nos llevamos por las apariencias, y el vestuario de santo, o una conferencia de mucho dinero con el iluminado de moda, o ese vidente que comentan los amigos, o el profesional experto master post-grado, lucen a primera vista como los que saben. Ellos tienen la información precisa que necesito.
Si habla golpeado y tiene carácter debe tener las respuestas. Si cobra caro, entonces es bueno. Todos esos títulos en la pared no deben mentir. Si tiene poder es que sabe.
Sin embargo no hay que irse hasta Katmandú para que nos sea revelada la verdad. Los Maestros se cruzan por delante de nuestras vidas a cada rato y no los vemos. Éste puede ser un hijo, o una crisis de transformación, o un mar que nos habla a la hora del atardecer, o la conversacion precisa, o un libro, o un sueño revelador, o un oráculo, o una película.
En la foto, los discípulos le dan la espalda al verdadero Maestro, que duerme apacible, su larga siesta.
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